Para entender qué está afectando a un sistema, primero tenemos que observar y evaluar los elementos que lo conforman. Algo que se puede hacer, al menos, de dos maneras: registrando los parámetros ambientales u observando y entendiendo a los organismos que habitan allí.

Alberto González Casarrubios, Universidad Complutense de Madrid and Nuria Sánchez
Lo primero responde a la pregunta “¿qué hay en el ambiente?”; lo segundo, a “¿cómo está afectando?”. Es esta segunda aproximación la que constituye la base de la bioindicación, cuya idea es sencilla: los seres vivos interactúan con el mundo, y, por tanto, tienen la capacidad de decirnos algo sobre él. Saber escucharlos es, en parte, nuestra responsabilidad.
Los bioindicadores han sido herramientas clave para evaluar la salud de los ecosistemas desde principios del siglo XX. En la actualidad, los más empleados en la evaluación de los ambientes acuáticos son los macroinvertebrados, animales de un tamaño superior a 1 mm, apreciables a simple vista. No obstante, una comunidad mucho menos conocida podría ser decisiva para el futuro de la conservación marina: la meiofauna.
Estos organismos microscópicos, de menos de 1 milímetro, habitan los sedimentos de todos los mares y han sido históricamente ignorados por su diminuto tamaño. Sin embargo, la meiofauna incluye una enorme diversidad de formas de vida: desde nematodos y copépodos hasta tardígrados o kinorrincos. De hecho, 24 de los 34 grupos básicos en los que se agrupan todos los animales, los filos, tienen representantes en esta comunidad. Y es precisamente en esta diversidad y abundancia donde radica su importancia: podrían ofrecer una visión más fina y precisa del estado de los ecosistemas marinos, ayudándonos a mejorar la conservación y protección de nuestros océanos.
El mar y sus recursos
El mar ha jugado un papel fundamental en la historia de la humanidad, actuando como vía de comunicación, sustento de vida, escenario de conflictos y fuente de inspiración. Incluso a día de hoy, la gran mayoría de la población mundial vive a menos de 320 km del mar.
No obstante, en la actualidad, el mar se enfrenta a una serie de amenazas inminentes. La contaminación marina alcanza niveles extremos, la sobrepesca está acabando con especies que antes eran abundantes y el pH es aproximadamente un 30 % más ácido que en la época preindustrial.
Estos impactos amenazan la supervivencia de la vida marina, alteran las cadenas tróficas y dañan los servicios ecosistémicos que nos brinda el mar, indispensables para nuestras sociedades.
Conservación marina y desarrollo sostenible
Pese a que las amenazas son serias, gracias a un mayor conocimiento de estos impactos y una creciente concienciación social, la conservación marina ha ganado relevancia a nivel global en los últimos años, especialmente en Europa.
Ejemplo de ello son iniciativas como la meta 30 x 30 (el compromiso global de proteger al menos el 30 % de las áreas terrestres y marinas del mundo para el año 2030 respaldado por la ONU), la promoción de la pesca sostenible o la creación de la Autoridad Internacional de los Fondos Marinos (ISA, por sus siglas en inglés) para salvaguardar los fondos marinos.
Además, uno de los Objetivos de Desarrollo Sostenible de la Agenda 2030, el ODS 14: Vida Submarina, subraya la importancia de la conservación marina.
Antes de estas metas globales, sin embargo, la comunidad científica ya había empezado a buscar indicadores que permitieran evaluar de manera objetiva el estado de los sistemas acuáticos. Primero se implementaron en agua dulce, ecosistemas muchos más estudiados que los marinos, y en el año 2000 se publicó el AZTI’s Marine Biotic Index (AMBI), un índice basado en macroinvertebrados marinos que permitía evaluar la salud de los ecosistemas costeros a partir de las especies que habitan en los sedimentos.
25 años después, el AMBI y sus variantes se utilizan actualmente en más de 70 países desde el Ártico hasta la Antártida y cuentan con el respaldo de instituciones como gobiernos europeos, la Agencia de Medio Ambiente de los Estados Unidos (EPA) o la World Wildlife Foundation (WWF).
La meiofauna y su potencial bioindicador
Pese al éxito y la importancia del AMBI y sus variantes, este índice también presenta limitaciones debido al grupo de estudio. Los macroinvertebrados son animales relativamente grandes y resilientes, y, aunque han demostrado ser eficaces para identificar impactos, pueden huir de las zonas afectadas y, en ocasiones, no presentar una abundancia suficiente para poder aportar datos representativos, ofreciendo señales tardías.
La solución podría venir del grupo mencionado al inicio: la meiofauna. Igual que el zooplancton (protagonista invisible pero esencial de la vida marina) sostiene la cadena alimentaria en la columna de agua, la meiofauna cumple un papel similar en los fondos marinos, sirviendo de alimento a los niveles superiores y reincorporando a las redes tróficas la materia orgánica que acaba depositándose en el lecho marino. Así, esta comunidad extraordinariamente diversa, aunque prácticamente desconocida, podría representar el siguiente paso en los programas de monitoreo y conservación ambiental marinos.
Sus ventajas son claras: la meiofauna posee ciclos de vida mucho más rápidos que los de la macrofauna, detectando impactos de inmediato; además, los organismos tienen un tamaño diminuto y una abundancia y diversidad asombrosas, aumentando enormemente la resolución ecológica. Si pensamos en los animales como píxeles de imagen, por cada píxel de macrofauna puede haber decenas o incluso cientos de meiofauna: es como pasar de una imagen borrosa a una definición en 4K.
Sin embargo, pese a su reconocido potencial y la abundante bibliografía científica que lo respalda, la meiofauna no ha dado aún el salto a la implementación en planes de monitoreo y conservación. ¿Por qué? La principal razón es que, debido a su enorme diversidad y reducido tamaño, estos organismos son extremadamente difíciles de estudiar. Además, hay muy pocos taxónomos dispuestos a dedicar años a especializarse en ellos hasta alcanzar la capacidad de identificar a nivel de especie. Así, el principal obstáculo para que la meiofauna se convierta en un estándar de monitoreo es, actualmente, la falta de conocimiento.
Protegiendo los océanos desde lo invisible
La protección de los océanos no puede limitarse a lo estético o lo útil. Proteger sólo a la gran fauna marina (como especies de interés comercial, tortugas o delfines) sin un estudio de los niveles tróficos inferiores equivaldría a gastar todo el presupuesto de mantenimiento de una catedral en las cúpulas y las pinturas. Sin unos cimientos sólidos y unos pilares firmes, esas bóvedas se pueden venir abajo.
En un momento tan crítico para la conservación marina, en el que cada acción y decisión cuentan mientras el tiempo corre en contra, se necesita comprender bien los océanos para poder protegerlos por completo. Y tal vez esta salvación no venga de las grandes criaturas que todos conocemos y admiramos, sino de aquellas invisibles a simple vista, pero imprescindibles para que todo lo demás siga en pie.
Alberto González Casarrubios, Doctorando en Zoología, Universidad Complutense de Madrid and Nuria Sánchez, Profesor Ayudante Doctor, Universidad Complutense de Madrid
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.
