La contaminación lumínica, deslumbrante enemigo para la vida marina


Cada noche, cuando cae el sol, la oscuridad no llega al mar. En su lugar, aparece una claridad artificial que ya forma parte del paisaje costero moderno. Farolas, hoteles, puertos, plataformas petrolíferas e, incluso, barcos pesqueros lanzan haces de luz que inundan la superficie y penetran bajo el agua, hasta 20 metros de profundidad en algunos casos.


Antonio Figueras Huerta, Instituto de Investigaciones Marinas (IIM-CSIC)


No es visible como el plástico ni se derrama como el petróleo, pero tiene consecuencias igual de disruptivas. La contaminación lumínica marina, un fenómeno conocido como ALAN (siglas de Artificial Light At Night), ya afecta a más del 23 % de las zonas costeras del planeta. Y no solo ilumina la costa: se ha documentado que puede extenderse hasta 20 kilómetros mar adentro.

Ritmos biológicos alterados

La vida marina depende de los ciclos naturales de luz y oscuridad. La luna y las estrellas no son solo paisaje: marcan cuándo nacer, migrar, alimentarse o reproducirse.

Un caso alarmante es el de las tortugas marinas. Durante millones de años, las crías se orientaban siguiendo el brillo de la luna en el agua. Hoy, en playas urbanas, hasta el 93 % se desorienta por las luces artificiales y se dirige tierra adentro, con tasas de mortalidad que alcanzan el 70 %.

Los corales, por su parte, sincronizan la liberación masiva de gametos con los ciclos lunares. Pero la presencia de ALAN en zonas de arrecifes ha demostrado retrasar o inhibir completamente este proceso. Estudios recientes muestran que la fecundación puede reducirse en un 40 %, debilitando ecosistemas que ya están al límite por el cambio climático.

Mapamundi de la contaminación lumínica. Los colores falsos muestran intensidades de brillo de fuentes de luz artificial alrededor del mundo. David Lorenz / Wikimedia Commos., CC BY

Peces confusos, depredadores oportunistas

La luz artificial también altera el comportamiento de los peces. Algunas especies evitan zonas iluminadas, lo que reduce sus oportunidades de alimentarse o reproducirse. Otras aprovechan el resplandor para aumentar su caza hasta en un 20 %.

Esta alteración en la cadena alimentaria tiene efectos en cascada. En zonas portuarias iluminadas, las poblaciones de peces presa han disminuido un 25 % y la tasa de supervivencia de los juveniles se reduce hasta en un 30 %. Un estudio en Marine Pollution Bulletin reveló que los ejemplares juveniles atraídos por luces costeras quedan expuestos a depredadores, lo que altera la dinámica natural del ecosistema.

El ciclo roto del zooplancton

No solo los animales más visibles sufren las consecuencias. El zooplancton, base de muchas cadenas tróficas marinas, realiza cada noche una migración vertical hacia la superficie para alimentarse. Esta migración, la mayor del planeta en términos de biomasa, se ve interrumpida por la luz artificial, y reducida hasta en un 60 % en áreas contaminadas. También se ha descrito la proliferación de algas tóxicas asociadas a ALAN.

En Estados Unidos, estas floraciones algales, favorecidas por el desequilibrio ecológico, generan pérdidas económicas de hasta 82 millones de dólares anuales por su impacto en la pesca y el turismo.

Aves, mamíferos y los efectos invisibles

El daño no se limita al mundo submarino. La contaminación lumínica afecta a aves marinas y migratorias. En Estados Unidos, cerca de mil millones de aves chocan cada año contra edificios al confundirse con las luces nocturnas. Los mamíferos marinos también sufren alteraciones en sus rutas y conductas naturales.

Incluso en zonas profundas del mar, donde se creía que la luz artificial no llegaba, los focos de plataformas y submarinos tienen efectos sobre la fauna local. Organismos que han vivido durante milenios en la oscuridad absoluta muestran comportamientos alterados, estrés visual y desorientación.

Un problema creciente y aún sin control

La expansión de la iluminación artificial es constante. En el mundo, crece entre un 2 % y un 3 % cada año. El 80 % de la población mundial vive bajo el efecto del skyglow, el resplandor difuso que impide ver las estrellas y que también llega al mar. La Global Coral Research Initiative advierte que más del 60 % de los arrecifes del planeta están hoy expuestos a contaminación lumínica.

A diferencia de otras formas de contaminación, la luz se puede apagar. Y eso es, precisamente, lo que se necesita. Modificar el diseño del alumbrado público, usar luminarias dirigidas al suelo, cambiar bombillas por ledes de espectro ámbar –menos nocivos para la fauna marina– y establecer zonas de oscuridad protegida son medidas viables y efectivas. Algunas de estas prácticas ya se han aplicado en Florida, mejorando significativamente la tasa de supervivencia de tortugas.

El derecho del mar a la oscuridad

Normativas más estrictas, planificación urbana responsable y campañas de concienciación pueden marcar la diferencia. La protección del cielo nocturno debe considerarse una cuestión ecológica tan relevante como la calidad del agua o del aire.

Durante siglos, la humanidad encendió luces para vencer la noche. Hoy, quizás debamos aprender a respetarla. Porque el mar también duerme. Y si no le devolvemos su oscuridad, las especies que dependen de ella podrían apagarse para siempre.

Antonio Figueras Huerta, Profesor de investigación del Consejo Superior de Investigaciones Científicas, Instituto de Investigaciones Marinas (IIM-CSIC)

Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.