El miércoles 28 de mayo de 2025, el glaciar de Birch (Valais, Suiza) colapsó, generando una gran avalancha de bloques de hielo, derrubios y rocas que enterró la mayor parte del pueblo de Blatten. Aunque inicialmente el volumen movilizado se estimó en tormo a los 3 millones de m³, podría superar la decena de millones de m³. Asociado al desplazamiento de esa gran cantidad de material tuvo lugar un seísmo de magnitud 3.1.

Javier Lillo Ramos, Universidad Rey Juan Carlos
Ya en diciembre de 1993 y diciembre de 1999 tuvieron lugar dos importantes avalanchas de hielo y nieve en el glaciar de Birch, por lo que ha sido objeto de monitorización desde entonces. Desde finales de la pasada década, la parte inferior del glaciar –separada de la parte superior desde aproximadamente el año 2000– ha avanzado unos 50 metros.
Ese avance inusual se atribuye a un aumento de la aceleración del flujo de hielo, en esa zona donde la superficie del glaciar está protegida de la radiación solar por la acumulación de rocas procedentes de los desprendimientos desde las zonas altas circundantes. Así, a diferencia de la parte superior donde el glaciar se adelgazó, el espesor del hielo en el frente glaciar aumentó hasta 20 metros entre 2017 y 2023.
¿Por qué ocurrió la última avalancha?
La gran avalancha del miércoles 28 de mayo es la consecuencia de lo que los científicos llamamos “efecto cascada” que, en este caso, representa la concatenación secuencial de diferentes procesos que generan efectos acumulativos entre sí.
El evento tuvo su origen en la inestabilidad de una cumbre situada en el circo de cabecera del glaciar, el pico Kleines Nesthorn (3 934 m), formado por un tipo de roca (metamórfica) cuya naturaleza favoreció su rotura, deslizamiento, caída y acumulación en la zona inferior del glaciar.
Los primeros deslizamientos se detectaron el 14 de mayo. El 17 de mayo las avalanchas de derrubios fueron de tal magnitud que llegaron a aproximarse peligrosamente a la localidad, por lo que en esa fecha se iniciaron las evacuaciones de la población.

Entre el 19 y el 22 de mayo, el Servicio Sismológico de Suiza registró movimientos sísmicos de cierta magnitud, relacionados con los sucesivos deslizamientos rocosos desde el pico Kleines. Para el 19 de mayo, las autoridades habían evacuado a toda la población.
La acumulación de derrubios en el glaciar se estima que pudo alcanzar los nueve millones de toneladas. La sobrecarga del material rocoso en un área relativamente pequeña (0,14 km²) tiene dos efectos. Por una parte da lugar a un aumento de peso de la masa glaciar. Por otra, en un glaciar templado como este, favorece la fusión del hielo por presión tanto en la base del glaciar como en su interior, generando agua en el interior del glaciar, reduciendo de esta manera la resistencia y la fricción basal y, con ello, aumentando la velocidad del flujo glaciar.
¿Tuvo algún efecto el cambio climático?
Dada la altitud a la que se encuentra el glaciar, se descarta la fusión del permafrost (capa de suelo congelado) como causa primaria de los deslizamientos rocosos, que podrían haber ocurrido independientemente del calentamiento global. Sin embargo, no se pueden despreciar los efectos negativos en la estabilidad de la ladera rocosa relacionados con una mayor presencia de agua líquida (por fusión o por precipitación) en las grietas de las rocas.

Las áreas montañosas (y especialmente las de altas altitudes) son más sensibles al calentamiento global que otras regiones del planeta, experimentando una mayor tasa de aumento de temperatura. Dicho ascenso está modificando la dinámica de procesos naturales que siempre han tenido lugar en las montañas, como avalanchas de hielo y nieve, deslizamientos, caídas de rocas, inundaciones, etc., muchos de ellos provocados o condicionados por el propio relieve (circos y cuencas con laderas de fuertes pendientes), la litología y la tectónica (debido a rocas muy fracturadas).
Tales impactos no siempre se concretan en un aumento de la inestabilidad, con mayor frecuencia o intensidad de los fenómenos de movimiento en masa. Y así, los efectos de las variaciones climáticas se van a manifestar de manera diferente dependiendo de la altitud: parece que aumentará la frecuencia de desprendimientos rocosos en zonas de alta montaña mientras que ocurrirán menos aludes de nieve y de menor tamaño debido a la escasez de nieve en cotas bajas y medias.
Sin embargo, y en consonancia con el análisis preliminar de las causas de la avalancha de Birch, no se ha constatado un patrón climático bien definido en las avalanchas de derrubios ni tampoco en el caso de las avalanchas de hielo.

Necesitamos vigilar las zonas de montaña
La gran avalancha del glaciar de Birch puede ser considerada como un buen ejemplo de la necesidad del seguimiento, monitorización y análisis de los factores que pueden contribuir a una situación de peligro que dé lugar a un riesgo no aceptable en las áreas de montaña.
Vamos abocados a un escenario climático diferente, del que poco sabemos cómo evolucionará y cuál será el alcance de sus impactos en la dinámica de los procesos que ocurren en las zonas de media y alta montaña. Por eso, la vigilancia tiene que hacerse (sin dilación) de una manera integradora, combinando diferentes herramientas de observación en tiempo real y modelización. Y considerando las características (fisiográficas, geológicas, hidrográficas, etc.) particulares de cada área. Solo así, como ha sucedido en Blatten, se podrán mitigar las consecuencias catastróficas en las poblaciones de estas regiones.
Javier Lillo Ramos, Profesor de Geodinámica e investigador en geología y cambio global, Universidad Rey Juan Carlos
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.
