Cuando los gatos se convierten en una amenaza para la biodiversidad


Antigoni Kaliontzopoulou, Universitat de Barcelona and Raül Ramos Garcia, Universitat de Barcelona


“Mamá, papá, ¿podemos adoptar un gatito?”. Cuántos padres habrán oído esto en boca de sus hijos. Y muchas veces acabamos cediendo a sus peticiones. Ciertamente, las mascotas son una compañía agradable tanto para pequeños como para adultos, y acaban convirtiéndose en parte emocional de la familia. O del barrio. O del pueblo. A veces, incluso, se diseñan zonas comunales o colonias para que estas mascotas puedan vivir y alimentarse sin el control de un dueño privado. Así, parece que vivan libres como antaño, ¿verdad? Pues no es tan sencillo como parece.

Aunque las mascotas, y los gatos domésticos en particular, se consideran un elemento inherente a nuestra sociedad, pueden generar efectos muy nocivos en la biodiversidad si no se gestionan correctamente. Entonces, pueden acabar suponiendo una amenaza para la fauna autóctona de jardines, parques e incluso bosques urbanos. Esto ocurre porque, aunque domesticados, los gatos no pierden el instinto y no dejan de ser cazadores naturales en un medio urbanizado.

Gato negro. Raül Ramos, CC BY-SA

Gatos domésticos, cimarrones y asilvestrados

El gato doméstico (Felis silvestris catus) surgió por la domesticación de su antecesor, el gato del desierto (Felis silvestris lybica), y ambos son hermanos del gato montés euroasiático (Felis silvestris silvestris). Esta domesticación probablemente tuvo una raíz comensal. Estos primeros gatos aprovecharon la coexistencia con humanos para alimentarse de los roedores que infestaban por aquel entonces los graneros de los agricultores y esto llevó progresivamente a su expansión mundial.

A lo largo de los siglos, el gato doméstico se ha transformado en uno de los animales de compañía más comunes de todo el planeta. Aparte de las mascotas más dóciles que viven restringidas en domicilios cerrados, existen otros tres tipos de gatos según su modo de vida:

  • Gatos de compañía que rondan sin supervisión patios y jardines.
  • Gatos cimarrones o comunitarios que viven en colonias donde son alimentados artificialmente.
  • Gatos asilvestrados que viven en el medio natural y sobreviven sin aportación de alimento por parte de humanos.

Y es precisamente en esta “vuelta a la naturaleza” de los gatos domesticados donde reside uno de los principales problemas actuales, como discutimos en un reciente estudio.

Los gatos cimarrones comunitarios, alimentados en colonias, fácilmente aumentan sus poblaciones y se expanden tanto en zonas periurbanas como naturales, tornándose una especie invasora con un gran impacto sobre la fauna local.

Al ser alimentados por el hombre, estos gatos no dependen de presas naturales para sobrevivir. Esto favorece que puedan cazar una amplia variedad de presas salvajes: ratones, murciélagos, aves, lagartijas, sapos, insectos o arañas, entre muchos otros.

De hecho, los gatos son responsables del 14 % de extinciones registradas a nivel mundial de pequeños mamíferos, pájaros y reptiles, y frecuentemente se les considera una severa amenaza para la conservación de la fauna salvaje.

Lagartijas amenazadas por los gatos

Por su abundancia en zonas urbanas y áreas naturales adyacentes, las lagartijas son uno de los grupos más amenazados por los gatos, que les han llevado incluso a la extinción local o al borde de ella en numerosos casos. Y aunque los efectos de la depredación de los gatos no sean inmediatamente letales, existen evidencias muy claras del impacto sobre las lagartijas por persecución felina.

En nuestro trabajo primero evidenciamos una disminución de la abundancia de la lagartija parda (Podarcis liolepis) en zonas urbanas y periurbanas de una localidad catalana (Sant Cugat del Vallès) con alta densidad de gatos.

En estas zonas existen numerosas colonias de gatos gestionadas por alimentadoras voluntarias, donde se pueden contar hasta 55 ejemplares comunitarios, y donde las lagartijas han desaparecido por completo. Y no sólo eso. Un segundo resultado subraya que las lagartijas que habitan zonas con gatos eran siempre más pequeñas y más esquivas, y habían sufrido la mutilación de sus colas con más frecuencia.

Ejemplar de lagartija parda (Podarcis liolepis) encontrado muerto en una de las zonas de muestro del estudio. El individuo, además, muestra la pérdida de la cola antes de su muerte. Enric Ortega, CC BY-SA

Las desventajas de perder la cola

Las lagartijas usan un mecanismo llamado autotomía para desprenderse voluntariamente de su cola cuando se ven amenazadas. Este comportamiento antidepredador, aunque eficiente porque les permite escapar, tiene graves consecuencias para su capacidad locomotora y, por tanto, para su capacidad futura de escape.

Además, la regeneración de la cola implica una inversión energética añadida, que sin duda es perjudicial para el correcto desarrollo del animal e implica un crecimiento más lento de lo normal. Esto último queda reflejado en las zonas con alta densidad de gatos, donde las lagartijas son siempre de menor porte.

Este resultado también puede ser debido a la depredación preferencial sobre las lagartijas de mayor tamaño o, simplemente, al estrés constante causado por la presión predatoria de los gatos.

En cualquier caso, el efecto de la presencia de los gatos es claro y visible en estas poblaciones de reptiles.

Un gato cimarrón en una zona de muestreo del estudio. Enric Ortega, CC BY-SA

Una coexistencia difícil

Vistos los efectos directos de los gatos sobre lagartijas y otros animales, es importante priorizar la protección de la fauna autóctona. Actualmente, el principal obstáculo para ello son las actitudes públicas.

Aunque el impacto negativo de los gatos sobre la fauna salvaje está científicamente demostrado, este es negado recurrentemente por parte de la sociedad. En España, por ejemplo, la reubicación de colonias de gatos callejeros está generalmente prohibida, al amparo de la ley 7/2023 sobre los derechos y el bienestar de los animales, y sólo se permite bajo condiciones muy concretas.

Así pues, es necesario clarificar que no todos los gatos son iguales. Por ejemplo, los animales de compañía esterilizados que no rondan libremente por las calles son totalmente compatibles con el bienestar de la fauna local. Sin embargo, los gatos cimarrones y callejeros, alimentados en colonias, fácilmente se pueden asilvestrar y llegar a números totalmente incompatibles con la conservación de la biodiversidad.


Este artículo ha sido elaborado en colaboración con Enric Ortega, técnico de gestión y bienestar animal del Ayuntamiento de Sant Cugat del Vallès.


Antigoni Kaliontzopoulou, Investigadora Ramón y Cajal en Biología Evolutiva, Universitat de Barcelona and Raül Ramos Garcia, Profesor de Zoología, Universitat de Barcelona

Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.