Una oleada de incendios está afectando a varios países de la cuenca del Mediterráneo: Italia, Grecia, Argelia, Croacia y Túnez, además de Portugal, luchan contra el fuego, en algunas áreas aún fuera de control. Las llamas han causado ya una decena de muertos, han obligado a evacuar diversas poblaciones y han dejado a su paso miles de hectáreas calcinadas.
Víctor Resco de Dios, Universitat de Lleida
Decía Tolstói en Ana Karenina aquello de que “todas las familias felices se parecen”. Lo mismo pasa con los megaincendios forestales: todos comparten la misma receta.
Una receta que se cocina con cuatro ingredientes: suficiente cantidad de vegetación (combustible); que ese combustible esté lo suficientemente seco como para arder; que tengamos una fuente de ignición y, por último, que se den las condiciones meteorológicas apropiadas para la propagación del incendio.
Muchos de los bosques que se dan a ambas orillas del Mediterráneo están en un estado permanente de alta inflamabilidad, solo a la espera de que salte la chispa, y de la ola de calor que reseque el combustible.
Pero también decía Tolstoi que “cada familia infeliz, lo es a su manera”. Y es que, aun cuando las causas de los grandes incendios forestales son siempre las mismas, la razones por las que un incendio se convierte en letal difieren en cada caso.
Edificaciones en zona de riesgo
Cuando los humanos interaccionamos con el medio natural, nos parecemos más a un elefante en una cacharrería que a un animal con capacidad racional. Construimos casas en las zonas de inundación de los ríos. O rodeados de bosques, donde es fácil que sean pasto de las llamas. Y nos parece que vivimos en un sitio idílico, cuando en realidad estamos en la Santa Bárbara de la naturaleza.
Primero construimos, luego vemos las consecuencias, buscamos culpables, que sirvan como chivos expiatorios, y seguimos haciendo exactamente lo mismo. Actuamos antes de pensar y, cuando pensamos sobre nuestros errores, actuamos como antes.
Hacemos estudios, evaluamos las causas, y enterramos en un cajón todos los informes… Y así hasta la siguiente.
Lo que vemos estos días en Grecia recuerda demasiado a la desgracia de Mati en 2018, con más de 100 fallecidos. O lo que estuvo a punto de pasar en la urbanización River Park, a las afueras de Barcelona, el año pasado.
La falacia de la protección pasiva
Consideramos que el hombre es el mayor enemigo de la naturaleza, ignorando que la ciencia nos enseña que más del 95 % de nuestros bosques llevan siendo gestionados más de 12 000 años. Consideramos que la naturaleza primigenia es un estado de bosques puros, ignorando que las perturbaciones derivadas de los incendios, o de los herbívoros, han moldeado de forma natural paisajes en mosaico.
En lugar de reintroducir un régimen natural de incendios a través del fuego técnico, y de otras perturbaciones, buscamos proteger nuestros ecosistemas como si fueran castillos. Es decir, intentando que todo se quede igual, sin tocar ni una piedra, e ignorando la dinámica forestal natural.
Las estadísticas forestales nos indican que los bosques están aumentando en el norte global, a expensas de la deforestación en el sur global. Mientras aumentamos la protección de la naturaleza en el mundo rico, exportamos al mundo pobre los impactos derivados de nuestro estilo de vida. Ese aumento en la superficie forestal, derivado del abandono de la naturaleza o de la protección pasiva, está detrás del 75 % del área quemada en la Unión Europea, y es lo que explica, por lo menos en parte, la degradación de los bosques tropicales.
La paradoja de la extinción
Quienes vivimos en España tenemos la gran suerte de contar con uno de los mejores sistemas de extinción de incendios a nivel global. Hemos visto en los incendios recientes de Canadá, y también en Chile, cómo bomberos españoles viajaban hasta allí para ayudar a combatir las llamas.
Estos bomberos están evitando un colapso que es cada vez mas inminente. En países que no tienen la misma capacidad de respuesta que España, como vemos estos días en Grecia, Italia o Argelia, el colapso se está dando con mayor frecuencia.
Somos líderes en formación, tecnología, investigación y extinción. Pero todo ello se queda corto cuando entramos en la era de los incendios que no se pueden apagar. No podemos luchar contra llamas de 60 metros. Solo podemos disminuir la probabilidad de que ocurran a través de la gestión activa del territorio y de las actuaciones de prevención a gran escala.
Efectos del cambio climático
El creciente rigor climático nos impone unas condiciones nuevas, sin parangón desde nuestra existencia. Ya el año pasado documentamos unos niveles récord de sequedad del combustible y de diferentes variables meteorológicas.
Dentro de una década y media, será promedio lo que ahora es anomalía. Y dentro de 25 años, la anomalía actual será vista como una situación particularmente benigna.
Nuestros modelos indican que la temporada de incendios se alargará entre uno y dos días por año de aquí a finales de siglo. No solo la duración de la temporada de incendios cambia, sino que veremos megaincendios en zonas de montaña donde en la actualidad son raros. Además, aun cuando el número de igniciones humanas disminuye, vemos un aumento en los megaincendios que empiezan tras una descarga de rayos, lo que podría aumentar aún más bajo un cambio climático.
Volviendo a Tolstói y Ana Karenina, son muchos los factores que hacen que los incendios sean cada vez más letales. Aunque no siempre se dan las mismas razones. Estamos entrando en territorios que nunca antes habíamos explorado y debemos comenzar a actuar de forma distinta a como lo hemos hecho hasta ahora.
Víctor Resco de Dios, Profesor de ingeniería forestal y cambio global, Universitat de Lleida
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.