La despoblación rural y el abandono del uso del territorio afectan desde hace décadas a las montañas europeas. Los cambios socioeconómicos y la Política Agraria Común han hecho desaparecer numerosas explotaciones agrícolas, ganaderas y forestales que resultaban poco competitivas.
Daniel García García, Universidad de Oviedo and Mario Quevedo de Anta, Universidad de Oviedo
Una de las consecuencias del abandono es que campos, pastos y dehesas abiertas se llenan de vegetación natural dominada por matorrales y bosques. La expansión de esta vegetación no deseada conlleva la percepción, por una parte de la sociedad, de que el monte está “sucio” o lleno de “maleza”.
Percepciones negativas respecto a matorrales y bosques
Esta valoración negativa puede surgir básicamente de tres ideas respecto al monte “sucio”:
- La primera es que disminuye la productividad de las explotaciones que aún persisten. Por ejemplo, el matorral reduce la cantidad y la calidad de los pastos.
- La segunda es que acarrea riesgos, al acercar animales como el lobo o el jabalí, y al incrementar la probabilidad e intensidad de los incendios.
- La tercera es que conlleva la pérdida del paisaje cultural, percibido como ordenado y sostenible.
¿Hasta qué punto está siempre justificada esta visión negativa? ¿Es exclusivamente una percepción o responde a una realidad soportada por la evidencia científica? Vamos a valorar estas cuestiones tomando como caso la cordillera Cantábrica, en el norte de la península ibérica.
La renaturalización pasiva de la cordillera Cantábrica
Durante los últimos cincuenta años, han desaparecido casi todos los cultivos de la periferia de los pueblos de la cordillera Cantábrica. Lo mismo ha sucedido con los grandes rebaños trashumantes de ovejas y cabras, pastoreados de forma rotatoria con vacas y caballos, y con la entresaca y el carboneo de los bosques.
Todo esto ha sido sustituido por rebaños de vacas concentrados en pastos de los valles altos y por cultivos forestales de pinos y eucaliptos exóticos en zonas bajas. Estas nuevas formas de explotación ocupan una parte del territorio y han dejado el resto libre a la recuperación espontánea de los ecosistemas, un fenómeno denominado renaturalización pasiva.
Allí donde se deja de talar, pastorear o quemar, se produce un proceso espontáneo de sucesión ecológica. Los campos y pastizales abandonados se transforman primero en matorrales y, con el tiempo, en bosques, gracias a la colonización progresiva por parte de arbustos y árboles. Es decir, el monte “sucio” es un estado más en la dinámica del ecosistema del bosque mixto cantábrico.
En esta dinámica, el establecimiento de los árboles se ve incluso favorecido por el matorral precursor. Tojos, zarzas y brezos protegen a los retoños de los árboles del mordisco y el pisoteo de los herbívoros y de las inclemencias del clima.
El bosque como ecosistema maduro de referencia
El desenlace esperable de la renaturalización pasiva en la cordillera Cantábrica es, la mayoría de las veces, un bosque templado caducifolio dominado por hayas, robles o abedules. Este ecosistema forestal sería capaz de cubrir, de forma mayoritaria, una gran extensión en la región.
Así lo hizo, de hecho, durante miles de años en el pasado Holoceno, hasta la expansión de la agricultura y la ganadería neolíticas, e incluso antes , durante el Pleistoceno, en muchos momentos de clima cálido y húmedo parecido al actual. Podemos considerar este bosque “poco humanizado” del pasado templado como el ecosistema de referencia para los bosques actuales.
No era necesariamente un bosque cerrado y cien por cien continuo. Probablemente se combinaba con praderas y matorrales mantenidos por los grandes herbívoros silvestres, la pobreza del suelo de los escarpes rocosos o las turberas, la dureza climática de las zonas más altas, las tormentas y argayos y los pequeños incendios naturales o provocados por humanos.
Los beneficios de los matorrales y los bosques
Además de incrementar la biodiversidad a escala regional, el retorno de matorrales y bosques en las zonas abandonadas cantábricas trae beneficios sociales.
Probablemente el más importante es que estos ecosistemas almacenan grandes cantidades de carbono. De hecho, están entre los ambientes con mayor capacidad para acumular carbono de la península ibérica, tanto en la vegetación como en el suelo. Por tanto, debemos considerarlos como una solución de descarbonización climática basada en la naturaleza.
Otro beneficio de matorrales y bosques es que actúan como esponjas frente a la lluvia y la nieve. Amortiguan los cambios bruscos en la escorrentía y, por tanto, evitan la pérdida de nutrientes del suelo y la erosión. Este control del agua nos protege frente a deslizamientos de terreno, riadas y aludes, especialmente en las zonas montañosas con grandes pendientes.
La renaturalización también implica beneficios económicos directos para la población rural, gracias a un ecoturismo atraído por los espacios mejor conservados y su fauna (por ejemplo, el oso pardo y el urogallo), tanto o más que por los paisajes culturales. Los bosques también proporcionan otros bienes naturales comercializables, como caza y setas.
Finalmente, los aparentes perjuicios de la renaturalización en forma de riesgos pueden tornarse en beneficios. Por ejemplo, animales como el lobo, que ejercen un papel depredador de ungulados como jabalíes o gamos, ayudan a controlar la tuberculosis del ganado y a reducir la frecuencia de accidentes de tráfico. Por otra parte, los bosques autóctonos de frondosas acumulan humedad en su follaje y hojarasca y ejercen como cortafuegos naturales en los incendios, llegando incluso a proteger los núcleos habitados.
Dejemos que el monte “se ensucie”, al menos donde no lo usamos
Vistos sus beneficios ambientales y sociales, podemos considerar la renaturalización como una herramienta de conservación de la biodiversidad. Deberíamos, entonces, incorporarla en la agenda política y en la gestión de los paisajes en explotación.
En la actualidad, los bosques no llegan aún a ocupar ni un tercio de su área potencial en regiones como Asturias. El territorio parece ser, por tanto, suficientemente extenso para acoger las actuales explotaciones agroganaderas y forestales junto con amplias áreas donde se permita el tránsito ecológico hacia bosques maduros.
Para compatibilizar uso y biodiversidad existen en la actualidad programas de subvenciones que compensan a los pobladores rurales por ceder al bosque parte de sus propiedades.
Daniel García García, Catedrático de Ecología, Universidad de Oviedo and Mario Quevedo de Anta, Profesor Titular de Ecología, Universidad de Oviedo
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.