Los antiguos egipcios esperaban ávidamente las crecidas estacionales del río Nilo. Sabían que este fenómeno iba acompañado de la fertilización de los campos aledaños y de prosperidad. Por ello, el Nilo era profundamente respetado y venerado.
Alberto Romero Blanco, Universidad de Alcalá and Álvaro Alonso Fernández, Universidad de Alcalá
En la actualidad, nuestra relación con los ríos ha dado un giro de 180 grados. Ahora los vemos como elementos hostiles a los que hay que domar y confinar, ya que de lo contrario pueden desatarse y destruir nuestros campos de cultivo e infraestructuras.
Para reducir las crecidas y evitar que el agua llegue a las llanuras aluviales hemos construido presas, motas, diques, azudes y encauzado los ríos. Sin embargo, estas medidas no solo son a menudo deficientes frente a un fenómeno natural que es inevitable, sino que también contribuyen a empeorar las crecidas.
Además, estas acciones han alterado drásticamente la geomorfología, la química y la funcionalidad de los ríos y de las llanuras aluviales adyacentes, lo que se ha traducido en la disminución de biodiversidad y en la pérdida de servicios que estos ecosistemas ofrecen a las poblaciones humanas.
Los beneficios de las crecidas estacionales
Las crecidas estacionales regulan la provisión de servicios ecosistémicos de los ríos y de sus llanuras aluviales. Uno de sus principales beneficios es, valga la redundancia, la mitigación de las crecidas catastróficas, ya que la acumulación de agua en las llanuras aluviales reduce el caudal del río y la velocidad del flujo de agua.
Asimismo, las crecidas propician la regeneración de los humedales aledaños, la creación de hábitats heterogéneos para animales y plantas y la recarga de los acuíferos subterráneos, un recurso muy importante para el riego de los cultivos.
Las crecidas estacionales actúan como medio de conexión entre los ecosistemas acuáticos y terrestres mediante el movimiento de sedimentos, materia orgánica, organismos y nutrientes entre ambos sistemas.
Cuando un río se desborda, los sedimentos y la materia orgánica e inorgánica que transporta se deposita en las llanuras aluviales, promoviendo la fertilidad y la formación del suelo. Las semillas flotantes que viajan con la corriente también tienen la oportunidad de asentarse en un medio en el que, tras haber sido humedecido, pueden encontrar las condiciones óptimas para germinar.
La vegetación de ribera y la salud de los ríos
Las llanuras aluviales adecuadamente conectadas con sus ríos tienen el potencial de albergar una vegetación de ribera diversa que, a su vez, influye positivamente sobre el funcionamiento y estructura de los ríos.
Los bosques de ribera actúan como interfases que regulan la transferencia de materia y energía entre los sistemas terrestres y acuáticos adyacentes. De esta forma, filtran y amortiguan la llegada de sedimentos, nutrientes y contaminantes derivados de las actividades humanas en los ecosistemas terrestres. Estas funciones son indispensables para regular la calidad del agua y evitar la eutrofización –un exceso anormal de nutrientes–.
La vegetación ribereña modera las crecidas severas, controla la erosión del suelo y mantiene los ciclos de nutrientes aportando restos vegetales que sirven de alimento y refugio a organismos acuáticos y terrestres, lo que a su vez repercute positivamente en actividades económicas como la pesca.
También regula la luz que penetra en el río, preservando así la estabilidad de la temperatura del agua de la que dependen numerosas especies de animales y conteniendo la proliferación de algas y cianobacterias nocivas.
Recuperemos la calidad de los ríos
Las crecidas estacionales, por lo tanto, desempeñan un papel fundamental en el mantenimiento de la calidad de los ríos, las llanuras aluviales y los servicios ecosistémicos que el ser humano obtiene de ellos. Por desgracia, la modificación y sobreexplotación de estos ecosistemas y la inhibición de las crecidas está conduciendo a la degradación de los ríos y de la mayoría de los beneficios que obtenemos de ellos.
Para revertir esta preocupante tendencia, es necesario tomar medidas que sirvan al mismo tiempo para restaurar los ríos y salvaguardar los intereses humanos. Si queremos volver a disponer de ríos sanos, un primer paso sería darles más espacio manteniendo y restableciendo las llanuras aluviales.
Otro obstáculo que altera el funcionamiento fluvial, y que puede alimentar las crecidas catastróficas son las barreras transversales artificiales. España es uno de los países europeos con mayor cantidad de obstáculos en sus ríos. Se estima que hay una barrera fragmentando el cauce de los ríos cada kilómetro.
En España están inventariadas 19 000 barreras, una cifra que subestima el número real, muchas de ellas obsoletas y en desuso. La adaptación o eliminación planificada de estos elementos se presenta como un requisito fundamental para la recuperación de estos ecosistemas, acciones que han sido propuestas desde la Unión Europea en su Estrategia para la Biodiversidad.
Devolver su antiguo esplendor a los ríos y las llanuras aluviales, lo cual implica recuperar y convivir con las crecidas estacionales sin poner en riesgo a las poblaciones humanas, nos permitirá disfrutar de los innumerables beneficios que producen estos ecosistemas y, al mismo tiempo, dotará a los ríos de resiliencia frente al cambio climático y otros desafíos ambientales que se avecinan.
Alberto Romero Blanco, Personal docente e investigador en la Universidad de Alcalá. Invasiones biológicas y ecotoxicología, Universidad de Alcalá and Álvaro Alonso Fernández, Profesor Titular de Universidad, Universidad de Alcalá
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.