NAIROBI – La contaminación acústica en las ciudades puede tener efectos devastadores a largo plazo en la salud física y mental de las personas, destacó un nuevo informe del Pnuma que también alerta sobre los mortíferos incendios forestales y la alteración de los ciclos de la vida a causa del cambio climático.
El informe “Fronteras 2022: ruido, llamas y desequilibrios”, del Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (Pnuma), muestra que la contaminación acústica es un problema en ciudades de todas las regiones del globo.
Los niveles de ruido aceptables se superan en muchas ciudades del mundo, entre ellas Argel, Bangkok, Barcelona, Bogotá, Ciudad Ho Chi Minh, Damasco, Dhaka, Hong Kong, Ibadán, Islamabad, México, Nueva York y Toronto.
En la Unión Europea la contaminación acústica afecta a uno de cada cinco de sus ciudadanos, y provoca 12 000 muertes prematuras y 48 000 cardiopatías isquémicas cada año, según el estudio difundido desde esta capital, sede del Pnuma.
Los sonidos no deseados, prolongados y de alto nivel procedentes del tráfico rodado, el ferrocarril o las actividades de ocio perjudican la salud y el bienestar de los ciudadanos, que padecen molestias crónicas y alteraciones del sueño.
Estas molestias y alteraciones conducen a su vez a graves enfermedades cardíacas y trastornos metabólicos, como la diabetes, al tiempo que causan problemas auditivos y una peor salud mental.
Los más afectados son los más jóvenes, los ancianos y las comunidades marginadas cerca de carreteras con mucho tráfico o de zonas industriales y alejadas de los espacios verdes.
Asimismo, los animales que habitan los entornos urbanos, incluidas como aves, ranas e insectos, también sufren el ruido que afecta a la comunicación acústica de la que la que dependen para sobrevivir.
En Nueva York, 90 % de los usuarios del transporte público está expuesto a niveles de ruido superiores al límite recomendado, que es de 70 decibelios (dB), y en Ciudad Ho Chi Minh (antigua Saigón), los ciclistas están expuestos a niveles de ruido superiores a 78 dB, lo que puede causar una pérdida auditiva irreversible.
En Bogotá un estudio mostró que gorriones en los parques alteraron su horario de canto matutino, debido al más fuerte ruido en las horas de mayor tráfico automotor.
Una de las soluciones que propone el Pnuma para combatir la contaminación acústica en las ciudades es incrementar las zonas verdes en las ciudades.
La vegetación absorbe la energía acústica, dispersa el ruido y amplifica los sonidos naturales, ya que atraen la vida silvestre y mejoran el paisaje urbano visual.
Las áreas verdes, los patios y los parques urbanos suponen, asimismo, un alivio para escapar del ruido y estimular el bienestar mental.
Más carriles para bicicletas también suponen menos espacio para la conducción y, por tanto, reducen el ruido de los vehículos a motor. Por su parte, las zonas de bajas emisiones de carbono fomentan la movilidad eléctrica, lo que contribuye de nuevo a la reducción del ruido, además de mejorar la calidad del aire.
El informe Fronteras 2022 también trata el tema de los incendios que, aunque son parte natural del sistema de la Tierra, en los últimos años se han vuelto más frecuentes, intensos y duraderos, lo que probablemente se deba al cambio climático.
Entre 2002 y 2016 se quemó una media de 423 millones de hectáreas de la superficie terrestre, aproximadamente el tamaño de la Unión Europea.
Los efectos a largo plazo para la salud humana van más allá de las consecuencias inmediatas de los incendios, o de los evacuados, o de los que han perdido sus hogares, ya que pueden agravar los efectos de enfermedades preexistentes en mujeres, niños, ancianos y personas vulnerables.
Asimismo, el carbono negro y otros contaminantes generados por los incendios forestales pueden contaminar las fuentes de agua, acelerar el deshielo de los glaciares, desencadenar corrimientos de tierra y dañar la vida de los bosques.
Finalmente, el informe advierte que el cambio climático altera los ritmos fenológicos (calendario de las etapas recurrentes del ciclo biológico vital) y el modo en que las especies vegetales y animales responden a las condiciones cambiantes.
Las plantas y los animales en los ecosistemas terrestres, acuáticos y marinos utilizan la temperatura, la duración del día o la lluvia para saber cuándo desplegar la hoja, florecer, dar frutos, criar, anidar, polinizar, migrar o transformarse.
Sin embargo, el cambio climático altera estos cambios, empujando al desajuste de los ritmos naturales de estos seres vivos y dando lugar a desequilibrios, lo que tiene una fuerte incidencia en la producción de alimentos.
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