Con algo de retraso sobre el horario previsto debido a la pandemia, el Grupo de Trabajo II del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre Cambio Climático (IPCC, por su siglas en inglés) ha aprobado el informe Cambio climático 2022: impactos, adaptación y vulnerabilidad, su contribución al Sexto Informe de Evaluación del IPCC.
José Manuel Moreno Rodríguez, Universidad de Castilla-La Mancha
Como es habitual, durante siete años, más de trescientos autores principales, numerosos autores contribuyentes y centenares de expertos revisores han trabajado para proporcionarnos la mejor síntesis de cómo el cambio climático está afectando a todos los que habitamos el planeta Tierra. Los mensajes, aunque previstos, no pueden ser más demoledores y, no, no es alarmismo, es lo que sabemos en estos momentos.
En 2007, el Grupo de Trabajo I (el encargado de las bases físicas del clima) ya concluyó en su Cuarto Informe que “el calentamiento del sistema climático es inequívoco”, lo que fue ratificado posteriormente en el Quinto Informe, en 2013.
Ahora, las conclusiones del Grupo II de esta ronda llegan por primera vez a usar esa misma terminología para los sistemas naturales y humanos:
“La evidencia científica acumulada es inequívoca: el cambio climático es una amenaza para el bienestar humano y la salud del planeta”.
Hemos ido pasando de encontrar cambios importantes relacionados con el cambio climático en el Cuarto Informe, a impactos generalizados en el Quinto, a decir ahora, en el Sexto, que los impactos sobre la salud del planeta y el bienestar de todos son ya inequívocos. Y ha ocurrido esto con un calentamiento de apenas 1,1 °C.
¿Por qué aumenta el nivel de alarma de los mensajes?
Las razones que llevan al IPCC a aumentar el nivel de alarma de su mensaje son múltiples. El cambio climático observado está causando ya innumerables disrupciones en el sistema Tierra, afectando a millones de personas. Es consecuencia, entre otros, del incremento de los episodios meteorológicos extremos.
Las recientes técnicas de atribución, esto es, atribuir causa (el cambio climático) a un efecto (los episodios extremos y sus impactos) está mostrando que muchos de estos son debidos en parte al nuevo clima. En otras palabras, la probabilidad de que hubiesen ocurrido en el pasado era menor de lo que lo es ahora o, en algunos casos, no era probable. Por ejemplo, la ola de calor de Tokio en 2020 no puede ser reproducida por los modelos de clima si no se incluyen los gases de efecto invernadero.
Los daños que está causando el calentamiento global son, en algunos casos, irreversibles. Por ejemplo, el hielo perdido de los glaciares afincados en tierra no va a volver, como tampoco va a descender el nivel del mar. El aumento del nivel del mar está teniendo consecuencias desastrosas sobre las zonas costeras, donde vive casi el 40 % de la población humana. Estas zonas están viendo cómo se inundan más frecuentemente.
Por otro lado, se han producido eventos de mortalidad generalizada de árboles, incendios de magnitud desconocida, muertes de coral a una escala inimaginable y múltiples extinciones locales.
Hay en marcha una callada migración global de especies hacia los polos o hacia las montañas en busca del clima que han perdido donde vivían antes. Es como si el flautista de Hamelin hubiese puesto en marcha un plan para conducir a las especies del planeta hacia sitios más frescos.
En todas las regiones del mundo se han dado eventos de calor extremo que se han cobrado miles de vidas. Casi la mitad de la población humana experimenta falta de agua, parte de la cual está causada por el cambio climático. Esto impedirá conseguir los Objetivos del Milenio de “cero hambre” y “agua para todos”. El cambio climático está contribuyendo ya a crisis humanitarias en Asia, África y América Central.
La sociedad, víctima y verdugo
Los riesgos derivados del clima son debidos a sus peligros, pero en la generación del riesgo y el desastre intervienen factores que no son climáticos. La sociedad, con su modelo social y económico o su capacidad de gestionar los riesgos, entre otros, contribuye a la exposición y vulnerabilidad, los dos factores que cuando interaccionan con el peligro climático generan el riesgo y sus impactos.
Exposición y vulnerabilidad son mayoritariamente constructos sociales, por lo que, a la postre, los riesgos terminan siendo hijos de nuestra acción. La inequidad, la marginación, las bolsas de personas vulnerables que hay en todas las sociedades, incluidas las más igualitarias, interaccionan con el cambio climático antropogénico para aumentar sus amenazas sobre la sociedad.
Esto viene siendo así y lo seguirá siendo en el futuro si mantenemos un modelo de desarrollo que exalta la desigualdad, el exceso de quienes tienen tanto, frente a quienes ni tienen comida. Los riesgos del cambio climático aumentan conforme lo hace la desigualdad social, la inequidad, la desigualdad de oportunidades, la segregación por raza, etnia o género. Los niños, ancianos y mujeres, en particular las niñas, son más vulnerables. El cambio climático golpea más fuerte allá donde la sociedad es más débil, menos estructurada, menos resiliente, menos humana.
Impactos que se multiplican
Durante las próximas dos décadas, nos enfrentamos a riesgos crecientes por un calentamiento de 1,5 °C que hoy en día es inevitable. Los impactos se están haciendo cada vez más complejos, debido a la interacción y efectos en cascada de múltiples episodios extremos.
Más allá de las próximas dos décadas, los impactos serán varias veces mayores de lo que ya estamos sufriendo, dependiendo del nivel de calentamiento. De hecho, cada pequeño incremento de temperatura global por encima de 1,5 °C supone aumentos discernibles en sus impactos. Por ejemplo, si el 90 % de las especies enfrenta riesgos de extinción para un calentamiento de 1,5 °C, ese riesgo se multiplicaría si llegásemos a 3 °C, que es la senda aproximada que estamos siguiendo en estos momentos.
El cambio climático continuará minando la seguridad alimentaria de millones de personas. Con un calentamiento de 2 °C esta seguridad se verá comprometida en el África subsahariana, Asia del Sur, América Central o pequeños países isla, con riesgo cierto de malnutrición. A nivel mundial, un millardo de personas que viven en zonas costeras bajas pueden verse afectadas por el incremento del nivel del mar.
Acción y adaptación
Aunque la adaptación al cambio climático está en marcha, en la mayoría de los países no ha pasado de la fase de preparación. La brecha entre lo que se necesita hacer y lo que se está haciendo sigue siendo desesperadamente amplia y al ritmo actual de implantación no hará sino aumentar.
En cada sector, en cada región, hay opciones efectivas de adaptación que pueden reducir o minimizar el daño por el cambio climático. No obstante, la capacidad de disminuirlo decrece con el calentamiento. En otras palabras, cuanto más nos calentemos menores son las opciones para minimizar sus impactos.
Se pueden implantar medidas para reducir los insumos y ser menos dependientes de elementos que pueden hacerse escasos. El exceso de consumo y el tipo de dieta, con sus altas demandas en tierra y agua para carne y productos lácteos, supone competición por tierra y agua, disminuyendo las opciones de gestionar la escasez.
Disponer de sistemas de salud robustos, universales, con sistemas de alerta temprana ante enfermedades u otros riesgos para la salud humana es una de esas medidas en las que “todos ganan”, que nos ayudará a hacer frente al cambio climático.
El IPCC nos dicen también que “cualquier nuevo retraso en la acción concertada mundial perderá la breve ventana que, además, se cierra rápidamente para asegurar un futuro habitable”. En otras palabras, hay tiempo para actuar y evitar impactos mayores, pero es corto, muy corto. Hay que incrementar la ambición por detener el calentamiento y hacer que las emisiones de los gases de efecto invernadero empiecen a descender ya, no a disminuir su tasa de aumento, sino a disminuir de forma efectiva.
Tener un planeta saludable es crítico para poder adentrarnos en tendencias de desarrollo sostenible que sean resilientes a nuestros excesos. Es hora de pensar que sin un planeta saludable todos sufriremos. Hemos de liberar una parte del planeta de la presión extrema a lo que lo sometemos.
Hasta ahora, protegemos menos del 15 % de la tierra, el 18 % de los sistemas acuáticos continentales y el 8 % del océano. Mejorar nuestra resiliencia planetaria requiere proteger no menos del 30-50 % de los sistemas terrestres, dulceacuícolas y oceánicos. Debemos revertir una tendencia que nos aboca al desastre, y lo debemos hacer para poder vivir mejor.
José Manuel Moreno Rodríguez, Catedrático de Ecología del Departamento de Ciencias Ambientales, Universidad de Castilla-La Mancha
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.