Además de deudas económicas que nos pueden quitar el sueño, los seres humanos tenemos sobre los hombros una importante deuda de extinción.
Juan Carlos Guix, Universitat de Barcelona and Antoni Serra Sorribes, Universitat de Barcelona
Esta noción de deuda de extinción está relacionada con los cambios que afectan a los seres vivos a largo plazo. Muchas veces los ecosistemas experimentan cambios profundos y acelerados que producen efectos que no siempre son evidentes a simple vista. Con frecuencia estos cambios son de origen antrópico, es decir, provocados o desencadenados por los humanos.
En estos casos, las especies afectadas pueden llegar a persistir durante períodos de tiempo relativamente largos (por ejemplo, varias décadas o, incluso, siglos), pero en condiciones ecológicas que no les permiten mantener poblaciones genéticamente viables. Esto frecuentemente ocurre con especies de plantas y animales que tienen ciclos de vida largos, como determinadas especies de árboles.
De este modo, algunas poblaciones de secuoyas o de tejos pueden sobrevivir en condiciones ecológicas mínimas durante períodos prolongados (a escala humana), pero esto no implica que sus existencias estén aseguradas en un futuro longincuo (a escala geológica). Se produce así una deuda de extinción.
Estas situaciones pueden producirse en cualquier ecosistema del mundo, incluyendo los bosques tropicales y subtropicales. De hecho, diversos estudios han puesto de manifiesto que se está produciendo una pérdida acelerada de biodiversidad en diferentes continentes, con riesgo de extinción masiva de especies.
Los primates de la Mata Atlántica
Cuando leemos un texto u oímos hablar sobre Brasil, es fácil que nos venga a la mente la pujante selva amazónica, los caudalosos ríos de la inmensa cuenca y su exuberante flora y fauna. Sin embargo, Brasil alberga otros paisajes que, como el bosque amazónico, son únicos. El Cerrado (sabanas), la Caatinga y la Mata Atlántica son algunos ejemplos.
Los bosques atlánticos de Sudamérica o Mata Atlántica en Brasil son uno de los biomas más ricos y diversos del mundo, donde habita un gran número de especies de primates. Muchas de estas especies son endémicas de estos bosques y se encuentran en grave peligro de extinción. Este es el caso, por ejemplo, del muriqui del sur (Brachyteles arachnoides) y del muriqui del norte (Brachyteles hypoxanthus), dos de las especies de primates arborícolas más grandes del Nuevo Mundo.
Hay especies de primates endémicas y más pequeñas, como los titís leonados (Leontopithecus rosalia, L. chrysopygus, L. chrysomelas y L. caissara), que también se encuentran en peligro de desaparecer. Otras, como los guaribas o monos aulladores marrones (Alouatta guariba), que eran relativamente frecuentes y abundantes hasta hace pocos años, han sido diezmadas por los últimos brotes de fiebre amarilla que han afectado el este y el sur de Brasil. Pero todas las especies de primates de la Mata Atlántica tienen en común el hecho de sobrevivir en fragmentos forestales aislados de dimensiones muy variadas, rodeados de cultivos y pastizales.
Consecuencias para los árboles
Las interacciones mutualistas constituyen un tipo de relación ecológica en que individuos pertenecientes a dos o más especies obtienen beneficios. Es lo que ocurre con gran parte de las interacciones que se producen entre vertebrados de hábitos frugívoros y plantas que producen frutos carnosos. En estos casos, las plantas producen la pulpa carnosa y nutritiva de los frutos que es aprovechada por los vertebrados frugívoros y, “a cambio”, muchas de sus semillas pueden ser repartidas en lugares propicios para la germinación y crecimiento de las plantas.
Recientemente se ha detectado que los impactos antrópicos que afectan las interacciones animales-plantas, en las que participan animales frugívoros de dimensiones medianas y grandes, como es el caso de los primates arborícolas, con frecuencia producen deudas de extinción que afectan a numerosas especies de árboles.
Los árboles que producen semillas grandes y semillas protegidas por cápsulas muy fibrosas dependen, en gran medida, de este tipo de frugívoros para que sus semillas sean dispersadas por el bosque de forma eficaz. Así pues, cuando los grandes primates y otros vertebrados frugívoros se extinguen a escala local, regional o global, las plantas que dispersaban se ven afectadas.
Un estudio reciente, publicado por el Centre de Recursos de Biodiversitat Animal (CRBA), de la Facultat de Biologia de la Universitat de Barcelona, recoge una serie de evidencias en este sentido. Este trabajo de investigación pone de manifiesto cómo la deforestación, la fragmentación de los hábitats y las enfermedades han afectado a los primates de la Mata Atlántica en el sudeste y sur de Brasil, y cómo han cambiado las interacciones ecológicas en las que participan o participaban.
Este estudio alerta de que el progresivo empobrecimiento de las redes de interacciones mutualistas entre los animales frugívoros y las plantas de las que se alimentan está poniendo en riesgo la propia supervivencia de aquellos bosques.
Los efectos del cambio climático
A estas amenazas se ha sumado el cambio climático que, a corto plazo, hará que aumente la frecuencia de incendios forestales y, a medio y largo plazo, puede convertir extensas áreas de bosques en sabanas abiertas, poco o nada adecuadas para la vida de los primates arborícolas. En un contexto de intensa fragmentación forestal, con áreas de bosques aisladas entre sí y rodeadas por cultivos intensivos de caña de azúcar o de soja, estos efectos tenderán a recrudecerse.
Algunas estimaciones apuntan que el metano y el carbono orgánico que se encuentran almacenados en el permafrost del hemisferio norte podría ser el equivalente a casi el doble de la cantidad de dióxido de carbono que existe actualmente en la atmósfera. El aumento de las temperaturas está descongelando rápidamente el permafrost y liberando grandes volúmenes de estos gases.
Aunque estos cálculos podrían variar, con valores más altos o más bajos, diversas evidencias apuntan que la descongelación acelerada del permafrost puede ser un factor que genere grandes desequilibrios climáticos. Igualmente preocupante es la pérdida de grandes superficies de hielo polares y la reducción, también acelerada, de sus capacidades reflectantes de luz y de baja absorción de calor.
En resumen, estamos abriendo la caja de Pandora. La cuestión ahora es si seremos capaces de cerrarla rápidamente y de revertir los efectos que ya se han puesto en marcha.
Juan Carlos Guix, Colaborador de la Facultat de Biologia, Universitat de Barcelona and Antoni Serra Sorribes, Director del Centre de Recursos de Biodiversitat Animal (CRBA) de la Facultat de Biologia, Universitat de Barcelona
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.